¡Cuando la conducta es un pedido de ayuda!
- Silvana Gómez

- 7 jul
- 2 Min. de lectura
“Se enoja por todo”, “hace pataletas sin razón”, “no respeta los límites”, “es desafiante”, “no se queda quieto”...
Muchos niños que son descritos como “difíciles”, “intensos” o “malcriados” en realidad tienen dificultades para autorregular sus emociones y conductas. No es que quieran comportarse mal, es que aún no saben cómo responder de otra manera.

¿Qué es la autorregulación emocional?
La autorregulación es la capacidad de reconocer, manejar y expresar las emociones de forma adecuada. Es una habilidad que se desarrolla con el tiempo, y necesita del acompañamiento adulto.
Niños que aún no la dominan pueden:
Llorar o gritar ante frustraciones mínimas
Golpear, lanzar objetos o tener reacciones impulsivas
Tener baja tolerancia a la espera o a los cambios
Ser muy demandantes de atención, afecto o control.
Esto no es manipulación. Es una forma inmadura —pero legítima— de expresar lo que no pueden explicar con palabras.

Señales de que un niño necesita ayuda para regularse
Explota fácilmente con cosas pequeñas
Tiene dificultades para calmarse solo
Cambia de humor muy rápido o con intensidad
Se aísla o se frustra fácilmente con tareas
Es etiquetado como "intenso", "caprichoso" o "agresivo" por adultos
Responde con enojo o risa descontrolada ante correcciones
¿Qué pueden hacer los adultos?
Mirar más allá de la conducta Preguntarse: ¿Qué está necesitando este niño? ¿Qué no sabe poner en palabras?
Regular antes de educar Un niño alterado no puede aprender. Primero calmar (con presencia, tono, respiración), luego guiar.
Nombrar la emoción que hay detrás “Estás muy frustrado porque no te salió como querías” da claridad emocional.
Poner límites con calma y firmeza No se trata de dejar pasar todo, sino de acompañar con estructura y afecto a la vez.
Fomentar habilidades de regulación Juegos, respiración, pausas activas, cuentos, lenguaje emocional, rutinas.
Consultar a un profesional si hay señales persistentes La psicoterapia puede ayudar al niño a construir herramientas y a los adultos a entender mejor su mundo interno.
Un mensaje final...
Un niño que tiene reacciones intensas o conductas difíciles no está siendo malo. Está pidiendo ayuda a su manera.
Y aunque su forma pueda incomodar, detrás de cada grito o pataleta suele haber una emoción no entendida, un cuerpo desbordado, y una mente que necesita guía, no castigo.

Con paciencia, límites claros y acompañamiento emocional, los niños pueden aprender a calmarse, a cuidarse y a convivir mejor consigo mismos y con los demás.





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